sábado, 8 de agosto de 2020

Un gato es el alma visible de un hogar

Aún estoy en la búsqueda del sentido de su presencia en mi vida, aquí y ahora. Suelo tomar las decisiones antes de hallarles sentido; más bien lo voy elaborando en el proceso. El gato no fue una excepción. No hay una historia detrás de él, no hay una anécdota altruista, tierna o casual sobre cómo llegó a mi vida; quizá eso nunca me interesó. Simplemente decidí empezar a descubrir una historia, sin saber qué esperar, fue una decisión, plana, sin expectativas, a secas.


En algunos momentos de mi vida me imaginaba escribiendo diferentes cosas, los temas varían según la edad, era sólo imaginación. Pero jamás sospeché que me interesaría escribir sobre gatos. No soy una persona de gatos… Ni de perros… Ni de matas... Ni de nada que implique una responsabilidad superior a mi propia existencia. Pero una vez involucras en tu cotidianidad y en tu intimidad un otro, sencillamente es inevitable pensar sobre tal, cualquier cosa.


Empiezo a sentir una relación más íntima con mi gato. Siento que necesitamos momentos para los dos. Más que un hijo, es un espacio emocional que me brindo cuando estoy con él.


Nunca le ha gustado la cama que le hice, la mira con desdén. A lo mejor, el hecho de que no lo guste, tendrá que ver con la carga emocional que tienen estos objetos… Se la hice con un cojín que tejí hace años, con mis propias manos, un mandala con colores de lana escandalosos y que no combinan en absoluto, en medio de un proceso muy doloroso de búsqueda interna; un cojín que más adelante le sacó provecho solamente una persona, un amigo. Como una forma de reconciliación con la vida, o de reivindicación de la vida conmigo: 


-Ok, has tenido que comer bastante bodrio emocional recientemente. Lo que viene no va a ser fácil, pero te voy a poner en el camino buenos amigos. 


El cojín está forrado con un trapo que le puse a modo de cobija, una camisa, blusón, vestido, una prenda muy grande, de una talla muy grande, azul oscuro con estrellas blancas pequeñas, y, aleatoriamente pegadas, unas lentejuelas, pocas, unas 10 en toda la prenda, de un color blanco perlado. Yo amaba la blusa, porque era de lo más lindo y cómodo a la vez que yo podía ponerme en ese entonces, por mi talla. Suelo recordar que siempre me percibí más pequeña de lo que se veía desde afuera, desde los ojos de otro, una foto o el espejo. Era una prenda muy significativa, pero es algo que ya no puedo ponerme -porque dejé de sentirme cómoda con ella-; así que, qué mejor que el animal se arropara con esa blusa embebida de historias íntimas. Al parecer, el lindo gatito aún está muy pequeño e inocente para poder lidiar con toda esa energía y emoción acumulada.


Es inevitable que conquiste todos mis espacios, de eso se trata esta relación tan particular. No es un amor romántico, ni maternal, tampoco es una amistad; es más bien un reflejo del lugar que me rodea. Es como tener una relación con un objeto que te puede hablar de la realidad, al cual debes alimentar, a veces proteger, y siempre adorar.


Me he encontrado muchas veces en él, en su comportamiento, altivo, al acecho, absolutamente vulnerable, intensamente dependiente cuando lo decide, agazapado... Me encuentro en él cuando nos damos el placer de salir al balcón a chillarle a la noche.


A veces se sienta cerca, dándome la espalda; como diciéndome “no quiero nada contigo ahora, sólo necesito saber que existes, por si acaso”. Un comportamiento usual en los días más oscuros.


Ahora entiendo las razones de esa asociación mítica de los gatos con las brujas. No es una relación como la del hombre con su perro, de incondicionalidad y abnegación del animal hacia el amo. La relación bruja-gato es un contrato, un acuerdo entre partes, con objetivos concretos y tiempo límite; una sociedad de usufructo mutuo, equitativo y atendiendo las necesidades de cada quien, mientras cada uno hace su magia y tiene su mística. Una sociedad que se mantiene hoy.


Estar con el gato -especialmente cuando nos miramos fijo, por un tiempo-, es recordar un poco la paradoja de la soledad. Ese estado con el que te puedes llegar a sentir en paz, plenitud e independencia; pero también te puede llevar a las desesperaciones más absurdas e intimidantes, donde rebuscas entre tu desorden algo que te permita aferrarte, sin saber a qué ni para qué.


Es cierto que el gato poco a poco va convirtiéndose en el alma visible del hogar, decía Jean Cocteau, seguramente es porque va personificando un reflejo de todo lo que eres en tu espacio más íntimo.



Día del gato.



Un gato es el alma visible de un hogar

Aún estoy en la búsqueda del sentido de su presencia en mi vida, aquí y ahora. Suelo tomar las decisiones antes de hallarles sentido; más bi...