Pensar en Colombia como
un territorio promisorio para la paz, dada la coyuntura social que vivimos en
torno a la implementación del Acuerdo para la terminación del conflicto,
implica reflexionar sobre las múltiples aristas que la sociedad debe abordar
para la consecución del anhelado sueño de la paz.
La terminación de un
conflicto armado largo y sangriento con la guerrilla más longeva del continente,
más que certezas, nos deja incertidumbres, puertas y ventanas abiertas para la
exploración, y nuevamente, para la búsqueda implacable de la paz. Muy
seguramente esta situación llama la atención de otras naciones, de
organizaciones internacionales, de los medios de comunicación de nuestro país,
de los organismos del Estado y del grueso de los ciudadanos; el proceso de
negociación ha sido visible, importante y un reto en materia de gobernabilidad.
Sin embargo, es necesario considerar que la paz no es responsabilidad de los
organismos más complejos de la sociedad, sino que es un compromiso que los
ciudadanos adquirimos con nosotros mismos, con nuestras familias, con nuestras
comunidades y con nuestro país. Es decir, la tranquilidad de toda una sociedad
no reposa en la decisiones de las fuerzas armadas contrapuestas, ni el fin del
fuego cruzado en los campos; sino de la disposición de cada uno de los miembros
de la sociedad a construir una cultura de paz.
Esto quiere decir que más
allá de la ausencia de guerra (paz negativa), o del sueño paradisíaco y utópico
de la perfección (paz positiva); “la paz es un fenómeno real que permea la
cotidianidad, que somos capaces de hacerla, ejecutarla y disfrutarla” (Muñoz,
2001), donde cada uno de nosotros aportamos desde los significados que
entretejemos en nuestras relaciones y con nuestro contexto.
En este escrito quisiera
analizar algunas acciones de resistencia de las personas que han sobrevivido al
conflicto, desarrolladas ya sea en los contextos donde se asentaron, o en sus
territorios de origen; a la luz de la teoría de la paz imperfecta propuesta por
Francisco Muñoz, donde es posible entender y asumir la paz como un proceso
inacabado y dinámico. Para poder tener algunos ejemplos de cómo es posible
asumir los conflictos de maneras pacíficas, donde los significados se
convierten en el pilar de una transformación social que aspira al bienestar sin
perder de vista la crítica y la reflexión.
Pueblos
que no se doblegan
El municipio de Granada,
Antioquia, ha sido uno de los escenarios más duramente golpeados por el
enfrentamiento de todos los actores armados del conflicto, que no sucumbió
gracias a la capacidad de su comunidad y sus instituciones. El conflicto
significó para ellos la necesidad de identificar recursos comunitarios que les
permitieran sobrevivir, como el establecimiento de sótanos comunes que
funcionaran como trincheras cuando se producían hostigamientos, allí se
cuidaban entre todos, desarrollando una mayor cohesión y cooperación; además,
cuando había tranquilidad, buscaban espacios de encuentro y diálogo para
sentirse acompañados, y en ese proceso tratar de asimilar y sanar el dolor de
los sucesos violentos (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2016).
Empezaron a legitimar
encuentros como “lunadas” en lugares comunes, como una manera de resistir y
recuperar los espacios tomados por los actores armados, de recuperar la
confianza en sus propios territorios. De no ser por actos como los que
ejecutaban los pobladores de Granada, éste y muchos otros pueblos del país
estarían carcomidos por el terror y la desconfianza, con un tejido social
desmoronado, así que el ejercicio de la resistencia cobra aquí un sentido
enorme a la hora de construir paz.
Caso similar se da en el
municipio de San Carlos, Antioquia, donde la comunidad se dio mañas de hacerle
el quite a la guerra, creando cambuches y movilizándose hacia lugares donde no
llegaran las balas. Y aunque muchos de sus habitantes se desplazaron de su
terruño, buscando una mejoría en su calidad de vida, varias personas se
mantuvieron en el pueblo y empezaron a generar estrategias para recuperar la
confianza y promover el retorno de sus paisanos; una de ellas, son las fiestas
del retorno de San Carlos, donde se movilizan los sancarlitanos por unos días
hacia su pueblo y además de festejar, se sentaban a conversar sobre las
posibilidades de un retorno seguro (Centro Nacional de Memoria Histórica).
Imagen de portada del informe de CNMH. http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/informes/informes-2016/granada |
Fueron los habitantes de
municipio quienes gestaron la “alianza del retorno Medellín-San Carlos”, donde
se pensaron estrategias que promovieron la pertenencia y las ganas de regresar
al pueblo después de la guerra, de aquellas personas que habían desplazado
hacia Medellín. Aquí se da un proceso muy importante en torno al arraigo, el
hecho de retomar los lugares donde han sucedido actos violentos para
transformar el significado de ese territorio, re apropiándolo.
Mujer,
memoria y resistencia
Indudablemente la mujer
ha sido el rostro del conflicto colombiano, y quienes han tenido que lidiar con
el dolor de las consecuencias de los horrorosos actos de los armados, y al ser
el grueso de los sobrevivientes, cargan con la historia y el recuerdo de lo
sucedido en los rincones del país donde no hubo Estado.
La memoria hace parte de
las prácticas indispensables para pensar en una cultura de paz, sin ella es
impensable la justicia, la reparación y la no repetición de los hechos
violentos. Es conocido el proceso que han desarrollado grupos de mujeres, como
las tejedoras de Mampuján, donde por medio del arte y el tejido han encontrado
una forma de lidiar con el dolor, perdonar y buscar la reconciliación; y que no
solamente buscan reparación a nivel individual o colectivo, sino que proponen
una respuesta pacífica al conflicto del cual han sido víctimas, y aquí
encontramos una primera manifestación de esa paz imperfecta, donde se produce una resignificación de la
experiencia dolorosa y se transforma en resiliencia, en perdón y en nuevas
perspectivas para leer su contexto y promover acciones pacíficas en la
sociedad.
Mujeres tejedoras de Mampuján con colcha que representa una de las tomas por parte de actores armados a su municipio.https://www.youtube.com/watch?v=kTsgFkVz0FI |
Las mujeres de la
Candelaria, un colectivo de mujeres oriundas de diferentes regiones del país,
desplazadas por el conflicto armado, cuyos familiares han sido desaparecidos
por los diversos actores armados; manifiestan otro tipo de posibilidades ante
el conflicto, donde en el encuentro y el cruce de sus historias de vida, tienen
la posibilidad de reconstruir ese pasado doloroso, manteniendo una memoria viva
por medio de un “bosque de la resiliencia”, donde no solamente recuerdan a sus
seres queridos sino que resisten a la realidad inacabada de la desaparición
forzosa, resisten al olvido, continúan buscando a sus familiares y los
simbolizan en ese bosque. Como mencionaba previamente, estos colectivos no
solamente son una herramienta de apoyo para sus integrantes, sino que se
convierten en un mecanismo de participación política, que empodera a las
mujeres y las convierte en ciudadanas activas, que además se empapan de
conocimiento que promueve acciones pacíficas, movilización social crítica y
consciente, y una problematización de la realidad en procura de su
transformación.
Las mujeres Nasa y Misak
–pueblos indígenas que habitan el departamento del Cauca principalmente-, han
movilizado procesos al interior de sus tribus y son ejemplo de organización y
empoderamiento para el país. Ellas, a partir de las duras experiencias que han
vivido en función del conflicto armado, han encontrado dispositivos dentro de
su cultura para mantener viva la memoria y la resistencia. La memoria, por
medio del tejido de colchas, chumbes y otros tejidos, que garantizan la
pervivencia cultural y el no olvido del dolor que ha traído el conflicto a sus
resguardos. Y la resistencia, por medio de la gesta de mingas interculturales
cargadas de sentidos simbólicos y con el clamor latente de que se acabe la
violencia hacia la mujer y de que se acabe la guerra.
En estos ejemplos
encontramos acciones afirmativas de paz, que no solamente resisten a la guerra
y a la violencia, sino que aportan a una cultura de paz, mediante la
construcción y el ejercicio de dispositivos sociales y patrimoniales, de manera
que no son medidas paliativas o pasajeras, sino artefactos que se fijan en la
cultura, que se convierten en discursos poderosos, que permean diferentes
generaciones y diferentes territorios donde el mensaje es claro: que la paz es
un estilo de vida, que no es algo impuesto, que surge en medio del diálogo, que
tiene en cuenta las voces silenciadas, la diversidad, que no existe sin
justicia y sin verdad, que es un acto de corresponsabilidad y de compromiso. Y
así lo manifiesta una mujer sobreviviente del municipio de San Carlos: “TENGO
DERECHO A LLORAR MIS MUERTOS, PERO TENGO EL DEBER DE LEVANTARME A VER QUÉ HAGO
POR LOS QUE ESTÁN VIVOS”.
Referencias
Muñoz, F (2001) La paz imperfecta ante un universo en
conflicto. Disponible en http://www.ugr.es/~eirene/eirene/Imperfecta.pdf
Centro Nacional de
Memoria Histórica (2016). Granada:
memorias de guerra, resistencia y reconstrucción. Bogotá: CNMH
Aquí algunos otros links de interés:
Sobre las mujeres y la resistencia: https://www.youtube.com/watch?v=VBkOGmE4Bgc
San Carlos, memorias del éxodo de la guerra. https://www.youtube.com/watch?v=RbfemV7_UbU
Vani, felicitaciones. Me ha gustado mucho tu publicación.
ResponderEliminarUn espacio muy necesario para mirar el conflicto desde afuera, con las consideraciones y el sentimiento de respeto que merecen las víctimas de la violencia y del abuso del poder. Toda forma de violencia no es justificable, no es justa, no es concebible y mucho menos para quiénes hemos tenido la posibilidad y el privilegio de recibir niveles superiores de educación. Principios como el bioético: "Beneficencia y no violencia" o el principio universal:
"Mis derechos terminan donde comienzan los de los demás", son muy importantes entronizarlos en el seno familiar.
Vani, felicitaciones. Me ha gustado mucho tu publicación.
ResponderEliminarUn espacio muy necesario para mirar el conflicto desde afuera, con las consideraciones y el sentimiento de respeto que merecen las víctimas de la violencia y del abuso del poder. Toda forma de violencia no es justificable, no es justa, no es concebible y mucho menos para quiénes hemos tenido la posibilidad y el privilegio de recibir niveles superiores de educación. Principios como el bioético: "Beneficencia y no violencia" o el principio universal:
"Mis derechos terminan donde comienzan los de los demás", son muy importantes entronizarlos en el seno familiar.
Excelente aporte a la realidad que está viviendo el país y una buena reflexión para que las personas comprendan que la paz es un estilo de vida, es eso que comienza desde uno mismo y así se proyecta a los demás. Muy buen escrito, felicitaciones.
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